lunes, 11 de agosto de 2008

Existe otro campo a 20 minutos de Palermo: bondiopán, locro y “folk”.


En Mataderos, las familias se juntan a bailar chacareras y las parrillas caseras humean con morcillas, chorizos, vacío y bondiola. Por $ 20 se come con postre incluido y vino. En Palermo, impera el glamour y un poncho cuesta $ 390. En el Oeste: Chalchaleros a full y bigotes out.

Con el “objetivo de crear un espacio permanente para la producción y difusión de las raíces culturales” la Feria de Mataderos funciona desde 1986. Se destacan los bailes folclóricos en plena calle, las ventas de artesanías y los productos regionales.
La exposición Rural tiene más de 120 años. Su lema es “la fiesta del campo en la ciudad”. Su gente: estancieros, empresarios y gauchos chic con bigotes prolijos y camperas “Cardón”.

Parecido no es lo mismo.
En los parlantes de Mataderos suenan Los Chalchaleros, la multitud forma una ronda, se alzan los pañuelos y comienza el baile. “¡El que no baila, que aplauda!”, exclama el locutor: “¡Esta es la Fiesta de Mataderos!”. Choripán, locro, empanadas, tortas fritas. Un amplio menú para un público dispuesto a pasar un domingo diferente.
“Hay boinas, boinas y equipo de mate”, ofrece un vendedor ambulante al ritmo de “gorro, bandera y vincha” en la puerta de La Rural. Vaquitas, caballitos y chanchos de peluche son los juguetes elegidos por los niños. Pasando el molinete, el olor a “campo” invade al visitante. Los muñecos tomaron su forma y tamaño real. Encerrados en corrales de tres por tres, acostados sobre el piso del pabellón ocre, vacas de todas las razas y colores son el atractivo de un público exigente. Premios y kilos son elementos primordiales para evaluar la calidad de los rumiantes, cómo si se tratase de marcas y modas a la hora de comprar un sweater en un shopping.
Autos importados con promotoras que poco entienden de motores posan junto a ellos. Sombreros rurales y pantalones ajustados pareciera ser el atuendo adecuado para las chicas. Grandes tractores y todo tipo de maquinaria pesada para el campo dan un abanico de colores que brillan bajo el sol de Palermo.

Hambre.
El locro, las empanadas y cuanta carne pueda encerrarse entre dos panes, desde morcipán hasta vaciopán, son algunos de los sándwiches que ofrece Mataderos. Los precios no superan los diez pesos y todo acompañado por un vaso de gaseosa o vino, de damajuana, claro está. En Palermo, el choripán tiene un costo de $ 6,50 y la bebida es aparte: $ 5 la latita y el vino, en botellita individual, $ 9.
Los estancieros de Palermo almuerzan en Terraza del Central, un lujoso restaurante dentro del predio donde los precios rondan los $ 50 por persona, sin vino. Lejos del lujo, los puesteros de Mataderos preparan el fuego en la calle y sobre una parrilla desarmable arrojan el pechito, los riñones y el asado de tira. “Somos como veinte que venimos hace más de siete años todos los domingos, cada tanto nos hacemos un buen asado”, cuenta Julio César. “Si hemos hecho ‘asado de nada’ en las épocas de vacas flacas”, le grita uno de los puesteros a “Pancho” el asador. Para tomar, “arrancamos con una cerveza y después con la carne sí nos tomamos un buen tinto”, dice Armando, mientras saca las empanadas de la sartén y le da el vuelto a una señora: “Aquí tiene doña, estas son las verdaderas salteñas, no se deje engañar, yo sé lo que le digo”. Todos sonríen y esperan ansiosos que se cocine la carne.

Espectáculos.
Mataderos ofrece un espectáculo pintoresco de carreras de sortijas: simples corridas a caballo donde el objetivo es obtener un anillo que cuelga de la meta. En Palermo, en cambio, se practica polo y el deporte nacional: el pato. La gente adquiere yeguas por 90 mil pesos.
En Mataderos, poco importa la Mesa de Enlace y las canas de Luciano Miguens. Con un bondiopán y un vasito de vino la gente sonríe feliz.

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