martes, 6 de julio de 2010

Coleccionistas de la perpetuidad


En el rincón de una vieja biblioteca de madera vive un libro antiguo. Con sus hojas amarillentas, sus tapas manchadas, algunas letras borroneadas y su preciso olor a pasado. Ese libro antiguo –como casi todo objeto– tiene un precio; la diferencia es que esta vez lo tasaron románticos, historiadores y coleccionistas, y la módica suma no desciende de los miles de dólares. Puede ser una obra de Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, o tal vez más antigua: “Facundo”, de Domingo Faustino Sarmiento; “El Matadero”, de Esteban Echeverría, o el Martín Fierro, de José Hernández. Pero no es un libro cualquiera de los que pueden conseguirse en una mesa de una librería de la calle Corrientes por apenas diez pesos. Ese libro… ¡es una primera edición! La misma de la que estos grandes autores realizaron la presentación en persona, aquella que publicaron con temor a la crítica, pero con ansias de triunfar en el arte de la gramática. Aquel primer volumen desconocía que años más tarde se convertiría en un clásico de la literatura, y menos que su valor sería casi infinitamente superior a su precio de lanzamiento.

“Existen tres grupos generales de coleccionables y coleccionistas”, afirma Helena Padin Olinik, dueña de la Librería Helena de Buenos Aires. “Hay libros que son muy buscados porque sellaron un hito, aunque hayan pasado tan sólo cuarenta años de su publicación. Son volúmenes que marcaron un tiempo y dejaron una huella en la literatura. Las más buscadas son las primeras ediciones, que estén con las tapas originales y en el mejor estado posible. Por ejemplo, “Cien años de soledad”, de Gabriel García Márquez, o “Rayuela”, de Julio Cortázar. El primero fue muy leído y se desarmaba fácil porque es muy frágil; quedan pocos en buen estado. En cambio, el segundo fue comprado a escondidas, es un libro transgresor de una época y se prestaba mucho; hay muy pocas ediciones. Cuando aparecen ejemplares impecables se venden muy rápido.

“También están los libros que son solamente para coleccionar. Tiradas muy cortas (de 30 ejemplares), firmadas por su autor o por el grabador, si tiene ilustraciones, o que es solamente una edición preciosa. El coleccionista lo compra, lo guarda en su biblioteca y nunca más lo toca: es un libro-objeto, no es para leer.

“El tercer grupo general de coleccionistas es el que también es investigador, el cual busca el libro sólo por ‘lo que tiene adentro’. Muchos de estos son libros de viajeros que describieron cada día de su expedición a algún lugar del mundo”.

¿Por qué el elevado precio?
El valor comercial del libro se lo adjudicó los años. Una de las anécdotas que circulan en el gremio es que un día se acercó un hombre a la librería Fernández Blanco en busca de la “Historia de la ópera en Buenos Aires”, por Mariano Bosch. Gerardo Fernández Blanco, antiguo propietario de la librería, le entregó el libro. El cliente lo miró y protestó por el elevado precio. Gerardo le dijo que estaba de acuerdo, pero que no le estaba cobrando el libro, sino el tiempo que lo guardó para que ese día lo encontrara.

“La oferta y demanda de estos libros –explica Lucio Aquilanti, actual dueño de Fernández Blanco– es según la cantidad de compradores que hay y cuántos ejemplares quedan. Por ejemplo, hay miles de personas que buscan primeras ediciones de Borges, pero también hay miles de libros. En otro sentido, tal vez haya treinta o veinte compradores que buscan libros de Ricardo Molinari, pero es probable que haya un solo ejemplar de este poeta argentino.

“Del mismo modo, hay también muchos libros que son escasos, pero que no se coleccionan, sino que son para museos, bibliotecas o solamente para investigadores. Por ejemplo, no hay coleccionistas del Perito Moreno, pero sí tienen un valor para una universidad o para un estudiante”.

–¿Sólo buscan las primeras ediciones?

–No siempre. La primera edición sobre la vida de San Martín de Bartolomé Mitre son tres tomos, la segunda, cuatro. En ese caso puede valer más la segunda, porque la primera está incompleta. No siempre una primera edición es la más buscada, pero sí en el 99 por ciento de los casos.

Sin embargo, al conversar con estos libreros de alma, uno puede sospechar que al verdadero librero le duele lo que vende, y muchas veces lo hace sólo porque es su trabajo.

Alberto Casares, presidente de la Asociación de Libreros Anticuarios de la Argentina y dueño de la librería que lleva su nombre, cuenta que “siempre duele mucho vender un libro antiguo. Aunque también queda el consuelo de que el coleccionista que lo compró lo va a cuidar y lo va a querer como uno”.

–¿El coleccionista de libros también es lector?

–Hay quienes hablan con cierto desprecio del coleccionista, como alguien que compra libros para tener y no para leer. Pero con mis años de librero te puedo asegurar que la mayor parte de los coleccionistas son lectores: compran el antiguo para tener, y el nuevo para leer.

–¿Cuál es la función del coleccionista?

–Guardar. Y esa función de guardar es lo que le da al coleccionista la razón de ser. Él sabe que no se va a llevar el libro a ninguna parte, es un cuidador temporario de algo que pertenece a todos. Con su pasión está resguardando su preciado objeto para sus hijos, sus nietos y todos los que vengan después. Mientras está vivo y su fanatismo bibliográfico está pujante, va a poner mucho de su tiempo, su inteligencia, su esfuerzo y su dinero para cuidar cosas que pertenecen a la humanidad. Porque sabe que no son de él, aunque diga a sus amigos que tiene miles de libros. Todos los ejemplares que tenemos hoy en día son gracias a que alguien los coleccionó primero.