jueves, 26 de julio de 2007

Un mismo arrabal

El Tango,
en tiempo y forma.

El Tango es casi sinónimo de la cuidad de Buenos Aires. Sus letras inmortalizaron esquinas, barrios y calles. “¡Cómo habrá cambiado tu calle Corrientes! / ¡Suipacha, Esmeralda, tu mismo arrabal!” cantaría Carlos Gardel Anclao en París. El Zorzal Criollo es un de los máximos referentes del Tango. Si bien su lugar de nacimiento sigue en duda entre Toulouse (Francia) y Tacuarembó (Uruguay), creció en Buenos Aires y se nacionalizó argentino en 1923. Fue cantante y actuó en más de once películas. Su inconfundible voz recorrió el mundo y fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en septiembre de 2003. Hoy el barrio porteño del Abasto, donde él vivía, le rinde homenaje entre graffitis, estatuas, pinturas, imitadores y tangueros.

Sus letras son poemas propios en sí mismo. Historias de amor con engaños y desencuentros, el tiempo, los guapos y compadritos, arrabales y calles… todo en Buenos Aires tiene tango…

Mi Buenos Aires Querido
Música: Carlos Gardel
Letra: Alfredo Le Pera

Mi Buenos Aires querido
cuando yo te vuelva a ver,
no habrá más pena ni olvido.

El farolito de la calle en que nací
fue el centinela de mis promesas de amor,
bajo su quieta lucecita yo la vi
a mi pebeta, luminosa como un sol.
Hoy que la suerte quiere que te vuelva a ver,
ciudad porteña de mi único querer,
y oigo la queja
de un bandoneón,
dentro del pecho pide rienda el corazón.


A ritmo de dos por cuatro, acompañado por piano, violín, contrabajo y, el infaltable, bandoneón, un hombre y una mujer bailan al compás de la música con movimientos sensuales y complejos. Enrique Santos Discépolo, considerado el poeta del Tango, lo definiría como un “pensamiento triste que se baila”. Otros compositores importantes fueron Alfredo Le Pera, José María Contursi, Enrique Cadícamo, Homero Expósito, Cátulo Castillo, Homero Manzi y Horacio Ferrer.

Entre sus músicos, sin duda, Anibal Troilo fue el bandoneonísta más grande del Tango. Se nutrió de las orquestas más importantes –tocó con Osvaldo Pugliese, Julio de Caro y Juan D'Arienzo– hasta que un 1937 formó la propia. Hoy, Pichuco, tiene su esquina homenaje en las calles Parana y Paraguay de la ciudad de Buenos Aires.

María
Música: Aníbal Troilo
Letra: Cátulo Castillo

Acaso te llamaras solamente María.
No sé si eras el eco de una vieja canción,
pero hace mucho, mucho, fuiste hondamente mía
sobre un paisaje triste, desmayado de amor...

El Otoño te trajo, mojando de agonía,
tu sombrerito pobre y el tapado marrón...
Eras como la calle de la Melancolía,
que llovía...llovía sobre mi corazón.

¡María!
En las sombras de mi pieza
es tu paso el que regresa...

¡María!
Y es tu voz, pequeña y triste,
la del día en que dijiste:
“Ya no hay nada entre los dos…”

Desde la segunda mitad del siglo pasado, el Tango fue cambiando junto con su público. Con Ástor Piazzolla empezaría esta nueva etapa, quien fue muy criticado por sus pares de la vieja guardia. Hoy en día, Piazzolla es considerado uno de los referentes máximos del Tango y a quien se le debe la vigencia que aun tiene, gracias a que su “música contemporánea de Buenos Aires” –como le respondió a quienes dijeron que lo que él hacía no era tango– supo entender la evolución que necesitaba.

Ya en este nuevo siglo, Tanghetto y Bajo Fondo Tango Club continúan con esa visión del Tango que impulsó Piazzolla, pero con la incorporación de elementos electrónicos que mezcla el tango con la música dance. El reconocido Gustavo Santaolalla, dos veces premiado por el Oscar a la mejor música para una película, es uno de los tantos integrantes de Bajo Fondo que une a uruguayos y argentinos. Esta nueva versión del Tango genera encuentros y desencuentros entre críticos y el público más reacio al cambio. Tal vez serán futuros Piazzollas o son solamente modas modernas, una respuesta que sólo el tiempo podrá darnos.

domingo, 22 de julio de 2007

Argentina en prosa

“Al fin me he decidido a que mi pobre Martín Fierro salga a conocer el mundo, y allá va acogido al amparo de su nombre”. Así comienza la breve carta de José Hernández a su editor en la cual casi le pide permiso para publicar su libro. Esa descripción del gaucho entre mates, guitarras, metáforas y facones hizo que ese libro sea una pieza indiscutida, no sólo de la literatura argentina, sino que también de la historia del país.

A principio del siglo XX, la literatura argentina empezaba a mostrarse en el mundo lírico. Gauchos, criollos e inmigrantes eran personajes importantes entre las obras nacionales de un país que empezaba a tomar una identidad que se plasmaba en los libros. Los poemas de Alfonsina Storni y las novelas políticas de Sarmiento ya ocupaban un lugar importante en el mundo.

Ya con casi las dos primeras décadas completas, aparece en escena uno de los escritores más discutido por su forma de pensar, pero más respetado por su forma de escribir: Jorge Luís Borges. Los libros “Inquisiciones” (1925), “El tamaño de mi esperanza” (1926) y “El idioma de los argentinos” (1928) ya estaban en las librerías del país y empezaban a recorrer América y Europa.

Una tarde cualquiera de mil novecientos cuarenta y pico, Jorge Luís Borges era secretario de redacción de una revista literaria casi secreta cuando vio llegar un muchacho alto que le traía un cuento escrito a mano. El “viejo”, no tan viejo en ese entonces, le dijo que vuelva en diez días que le daría una respuesta. A la semana este muchacho se presentó a buscar su manuscrito, pero no pudo llevárselo porque había sido entregado a la imprenta. Al poco tiempo vio su cuento “Casa Tomada” con dibujos de Norah Borges y su firma en aquella revista. Así fue que con el apoyo de Borges, Julio Cortazar empezó su carrera de escritor.

Argentina vibraba al mundo con un Borges cada vez más maduro; Adolfo Bioy Casares inventaba un Morel extraordinario (1940); Silvina Ocampo enamoraba jardines de sonetos (1946); Manuel Mujica Láinez mostraba al mundo una Misteriosa Buenos Aires (1950); Julio Cortázar inmortalizó a los bestiarios (1951) y años después rompe esquemas con una Rayuela (1961); Sábato deslumbraba a Héroes y tumbas (1961) y el país explota de un auge cultural.

En los años de la dictadura empezó la quema y prohibición de libros y autores nacionales. Osvaldo Bayer y su Patagonia Rebelde (1972), Tomás Eloy Martínez y La pasión según Trelew (1973), Héctor Tizón y Sota de bastos, caballo de espadas (1975) y Juan Gelman y cada uno de sus poemas fueron exiliados: ellos… y sus letras. Ya con años de democracia, la literatura argentina empezó a recoger las páginas de nuevos y viejos autores que no quieren ni volverán a callar.

Los tíos de Adolfo Bioy Casares eran dueños de una lechería muy importante y le ofrecieron pagarle bastante dinero para que haga un folleto sobre las virtudes de la leche condensada y el yogurt. El escritor sabía que su amigo Borges estaba pasando por momentos económicos duros y decidió hacer el trabajo con él. “Aburridos por el tema, –decía Bioy– pensábamos qué bueno sería escribir, un día, cuentos”. Y así, años más tarde, desde un folleto de yogurt nacieron Seis problemas para don Isidro Parodi (1942), Dos fantasías memorables (1946), Un modelo para la muerte (1946), Libro del Cielo y del Infierno (1960), Crónicas de Bustos Domecq (1967) y Nuevos cuentos de Bustos Domecq (1977), todos libros de cuentos escritos juntos por Borges y Bioy Casares.